sábado, 1 de septiembre de 2012

Capítulo 1


Despierto con el tercer timbrazo del despertador.
-Joder...-digo, mientras extiendo la mano hacia la mesilla de noche y lo apago.
Me estiro.
Hoy me espera otro gran día. Nótese el sarcasmo.
Me siento en la cama y me paso una mano por el pelo. Lo tengo muy enredado y suspiro.
Toca sufrir desenredándolo.
Cojo el uniforme del instituto, que consiste en una camisa blanca, una falda negra con el bordado a un lado del escudo del instituto y unos calcetines blancos altos.
Voy al baño, me lavo y me visto.
Como dije, desenredarme el pelo me llevó un rato y también mucho sufrimiento.
Salgo del baño de mi habitación, cojo la mochila y mi archivador y salgo de mi cuarto.
Veo el largo pasillo que se extiende ante mí y, con cansancio aunque he dormido más de diez horas, comienzo a bajar las escaleras. Una vez abajo pongo rumbo a la cocina. Me llevará como unos cuantos minutos llegar hasta ella.
Vivo en una casa muy grande. Bueno, más que casa, llámalo mansión. Tardarías más de quince minutos en ir de una punta a otra de la casa.
¿Para qué queríamos mi padre y yo una casa tan grande? ¿Para gastar dinero pagando a gente para que limpiara? ¿Para dar empleo a esa gente? No sería por el dinero, porque eso no nos faltaba.
Mi padre era el dueño de la cadena de hoteles Stewart, cadena de hoteles que le hacía la competencia a los Hilton. Así que yo era como Paris Hilton, solo que en versión inteligente.
Entré en la cocina y vi a mi padre sentado en la enorme mesa del centro, sin hacer caso al abundante desayuno que tiene delante, ya que está leyendo el periódico.
Me siento en la silla de enfrente y Casey, una de las asistentas, me pone el desayuno.
-Buenos días, Christine.
-Buenos días, Casey.
Mi padre bajó el periódico.
-¡Chris! No sabía que te habías levantado ya.
-Es que soy silenciosa cual ninja, papá.
Sonrió y volvió a su periódico.
Desayuné, cogí de nuevo mis cosas y me despido.
-¡Adiós, papá! ¿Estarás a la hora de comer?
-Tengo reunión, pero seguramente esté, sí. Adiós, Chris.
Pasaron unos cuantos minutos hasta que llegué al hall. Salí y Shannon, mi pastor alemán, corrió a mi encuentro.
La acaricié unos minutos y después salí por la puerta de la alta verja negra que impedía el acceso a mi casa, mansión, o como quieras llamarlo.
Jerry, mi guardaespaldas personal, que no me dejaba nunca sola, me esperaba en el coche.
Me senté delante, le saludé y puso rumbo al instituto.
Miré con envidia a un grupo de chicas que iban andando por la calle, hablando entre ellas. Vestían como querían y no cómo el instituto las decía.
Odiaba el Sant Patrick´s College con toda mi alma. Era un instituto privado para gente con dinero y estaba lleno de pijos y pijas y gente superficial y material. Yo no encajaba allí en absoluto. Todos estudiaban para convertirse en gente de alto poder adquisitivo, como abogados o políticos. Eso era lo que quería mi padre para mí.
Lo que yo quería era muy diferente.
Jerry aparcó.
-Te estaré esperando a la salida.
-Lo sé, como siempre.
Cerré la puerta sin despedirme y me encaminé a la puerta, donde me esperaban Caitlin y Marta, mis mejores amigas. El padre de Cait era un rico empresario que raramente estaba en casa, igual que mi padre y el padre de Marta había sido alcande de una ciudad de Estados Unidos de la que nunca recordaba el nombre. Nunca destaqué precisamente por mis conocimientos en geografía.
Las saludé y hablamos un rato hasta que el timbre sonó y nos encaminamos a clase.
Pude oír los cuchicheos de mis compañeros mientras me miraban. Allí, en el Sant Patrick, contra más dinero tenías más popular eras. Dado que me encontraba en el Top 10 de las personas más ricas allí, podía decirse que la gente disfrutaba hablando de mí.
La señora Black empezó a hablarlos sobre algo de lo que no me enteré, así que saqué mi cuaderno y comencé a escribir por el capítulo donde me había quedado. Amaba escribir y eso es lo que deseaba. Ser escritora. O dedicarme a la música. Pero mi padre encontraba esas profesiones unas totales pérdidas de tiempo y para nada provechosas.
Llevaba un rato escribiendo cuando la señora Black se me acercó y me quitó el cuaderno.
-¿Tomando apuntes, señorita Stewart?
Y se puso a leer mi cuaderno.
-No sé que tiene que ver esto con mi clase.
Me encogí de hombros.
-Yo tampoco, pero sé que es más divertido que lo que usted estaba diciendo.
Mis compañeros rieron.
-Ve inmediatamente al aula de castigados a esperar que la directora pueda recibirte.
Gruñendo, recogí mis cosas y me fui a esa clase.
Dentro estaba Marie, una profesora con cara de perro que cuando hablaba te bañaba en babas y Drake, un niñato con dinero que se creía el dios del instituto porque una clase le votó como el más guapo. Yo no sé donde le vieron la guapura, pero en fin.
Me senté al fondo del todo, saqué mi cuaderno y seguí escribiendo.
-Chst.
Drake me llamó, pero le ignoré completamente.
-Chst.
Más ignorancia.
-Chst, Christine.
Como yo seguía enfrascada en mi cuaderno, me tiró una bola de papel.
-¿Qué mierdas quieres, payaso?
Se río.
-Amy y Tom van a hacer una fiesta de disfraces en su casa en unos días. ¿Quieres ir conmigo?
-¿Y cómo tendría que ir disfrazada? ¿Cómo una guarra? Digo, como todas las chicas con las que te juntas lo son, pues...
-Vosotros dos, silencio.-nos ordenó Marie.
Drake volvió a mirar hacia alante y yo clavé la vista en mi cuaderno.
Qué listo, Drake. Anda que no le haría más popular ir conmigo a la fiesta. Lo que os dije. Aquí las apariencias y la superficialidad reinaban.
Rose, la directora hizo acto de aparición y nos miró a Drake y a mí.
-¿Cómo? ¿Vosotros dos de nuevo por aquí? Podríamos nombraros Miss y Mister castigados del año...
Ella y Marie rieron.
Rose era mala haciendo chistes como ella sola.
-¿Tú que hiciste para estar aquí?-preguntó Rose a Drake.
- Josh me dijo que podía ir al baño. Vio que no regresaba, fue por mí y me pilló fumando.
-No es la primera vez que haces eso.
Él se limitó a encogerse de hombros y sonrió.
Vale, guapo era un rato, con ese pelo negro rebelde que tenía y esos ojos verdes. Pero lo que su apariencia ocultaba, no me gustaba en absoluto. Yo no era como los demás aquí. No era superficial.
-¿Y tú, Christine?
-Me puse a hacer otra cosa mientras la señorita Black explicaba.
Rose decidió no castigarme a mí al final, aunque Drake tenía que quedarse después de clases a limpiar los baños de los chicos.
En el recreo, les conté a mis amigas lo que me dijo.
-Pues yo iría con él-dijo Cait.-Ojalá me lo hubiera pedido a mí.
-Créeme, es mejor que no. Ese tío es un chulo y vete a saber qué más.
-Pero es guapo.
Marta y yo nos miramos y negamos con la cabeza.
Cuando Caitlin se ponía en ese plan, era díficil hacerle entrar en razón.
Las demás clases trascurrieron sin ningún incidente.
-¿Qué vais a hacer esta tarde?
-Podríamos ir a casa de Caroline. He oído que han quedado todos para ir allí. ¿Vas a ir, Chris?
-¿Bromeas? Mi padre no me dejará ir.
-Tu padre nunca te deja hacer nada. ¿Ni siquiera si va Jerry?
-No. Si fuera para estudiar, vale, pero siendo una fiesta...
-Pues no le digas que es una fiesta.
-Claro, y luego Jerry le dice que mentí. Lo siento, no puedo ir. Ir vosotras. Mañana hablamos o esta noche y me lo contáis.
Me despedí de ellas y fui al coche donde me esperaba Jerry.
Tiré la mochila y el archivador sin miramientos atrás.
-¿Estás enfadada?
-No. Solo estoy bastante cabreada, pero nada de lo que hagas o digas me hará sentir mejor, así que arranca y llévame a casa.
Él no dijo nada y lo hizo.
Lamentaba cabrearme así con él, pero es que ya estaba harta. Mi padre nunca me dejaba hacer nada. Apenas salía de casa y, si salía, Jerry siempre iba detrás. Imagínate ir por la calle con tus amigas, bromeando, haciendo el tonto, y que haya un hombre detrás, escuchándolo todo y luego informe a tu padre de lo que dices o haces.
En mis diecisiete años de vida, jamás había ido a ningún sitio sola. Mi padre insistía en que como era un personaje público la gente podría querer secuestrarme o la propia prensa y medios de comunicación tirárseme encima. La gente me conocía ya que había hecho mil actos benéficos con mi padre. Actos de los que ni me acordaba. A algunos, llegué a ir hasta siendo un bebé.
Llegamos a casa y pensé decirle a mi padre que ya tenía una edad para tener algo más de libertad y que si tenía que llevarme a Jerry que me lo llevaba, pero yo quería ir a la fiesta.
-¡Papá!-dije, entrando en la cocina para llevarme una sorpresa.
Bueno, una sorpresa no, ya me lo había visto venir.
Papá, como siempre, no estaba en casa.
-Tu padre no está en casa, cielo-dijo Casey.-Llamó hace unos minutos y dijo que no vendría a comer.
-Pues como siempre.
Comí sola y después me subí a mi cuarto.
Después, cuando volviera, me traería algo de ropa o un libro para compensar el no haber estado en casa conmigo. Siempre hacía lo mismo. Mi cariño no se ganaba con regalos, sino con atención, papá.
Ojalá mamá estuviera en casa. Así, al menos, no estaría tan sola. Murió cuando yo tenía tres años en un accidente de coche en el que también murió el chófer. Volvía de una gala solidaria e iba a reunirse con papá y conmigo. No lo hizo nunca.
Hace unos años papá me compró a Shannon y, aunque yo quería mucho a mi perra, no podía compararse con el cariño de una madre.
Fui a un enorme cuarto donde estaba el piano, me senté frente a él y empecé a tocar. Si hubiera sido por mi padre nunca hubiera aprendido pero mi madre insistió en que aprendiera y, como último deseo, mi padre me dejó aprender. También sabía tocar la guitarra, ya que le dije a papá que a mamá le hubiera gustado que supiera tocar eso también y me dejó. Si no le hubiera mentido, no me hubiera dejado. Tenía miedo que la música me distrajera de lo que realmente tenía que ser mi destino, la política.
Pues si no iba a la fiesta no me iba a quedar en casa. Volví a mi cuarto, cambié el uniforme por unos vaqueros cortos y medias negras, me puse una camiseta que me dejaba los hombros al aire, me calcé las Converse blancas y bajé.
-¿Adónde vas?-preguntó Jerry.
-Me voy. Supongo que tendrás que venirte también.
-Pero, ¿adónde vamos? Ya sabes que a tu padre no le gusta que...
-Solo vamos de compras-dije, interrumpiéndole-Necesito hacer algo.
Asintió y salimos afuera.
Jugué con Shannon unos minutos y le vi apoyado en el coche.
-Oh, no Jerry. Vamos andando.
-Pero...
-Quiero ir andando. El centro comercial solo está unas cuantas calles más allá.
-Está bien.
Y salimos de casa. Yo no sabía que, aquella tarde, encontraría el cambio que tanto anelaba en mi vida. No sabía que conocería a la persona que tambalearía mi vida, que haría que lo arriesgara todo sin miedo a perder, que haría que la relación con mi padre cambiara y que, sobre todo, que me haría ser libre. Al menos, eso pensaba yo.

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